Comenzamos la jornada con los laudes y la misa. Preside y predica el Hno. Ramón Morillo. Nos insiste en que nuestra vida de consagrados es absurda si no la asumimos en clave de fe, en respuesta al llamado de Dios. Después del desayuno, en grupos, dialogamos sobre la experiencia formativa en cada circunscripción, subrayando los aprendizajes, los conflictos, los desafíos. Más tarde cada circunscripción presentó alguna información sobre formadores y proceso formativo. Hay interesantes coincidencias: las crisis de formadores y formandos suelen estar vinculadas a la afectividad y la sexualidad; los jóvenes llegan con muchas heridas; el formador necesita sanar sus heridas para poder acompañar con serenidad, paciencia y alegría a los formandos; la formación ha de ser más vivencial-carismática que académica-ministerial; es necesario partir de la realidad personal de cada formando, para que vaya madurando humana, cristiana, religiosa y capuchinamente; las prioridades en formación vienen dadas por las notas carismáticas; lo fundamental es la experiencia de oración, fraternidad y minoridad; crear un clima de visión fiducial, donde la realidad sea leída en diálogo constante con el único maestro, Jesús de Nazaret; asumir a cada hermano como un regalo de Dios; despojarnos de pretensiones de poder, para ejercer una autoridad-servicio.
El Hno. Adalberto, viceprovincial de Ecuador, nos dirigió una charla sobre nuestra misión de formadores, insistiendo en que debemos asumir la formación como vocación, como llamado que Dios nos hace para servicio de los formandos, la Orden y el Pueblo de Dios. Esta vocación es Pascual, nos exige hacer éxodo, conversión constante. El punto en el que más se detuvo fue el de la afectividad. Ya en grupos, haciendo ecos, un hermano decía: las heridas profundas nacen en malas relaciones y se sanan en buenas relaciones. Nuestro carisma nos da herramientas preciosas para la tarea de autoformación y de formación de otros. El primado de la oración nos lleva al silencio y la trascendencia, necesarios para conocernos y para encontrar en Dios fuerzas y luces para hacer nuestro camino y acompañar a los otros en el suyo. Una fraternidad auténtica, con calidad de relaciones interpersonales, cálida, es una realidad terapéutica y plenificante. La minoridad, la desapropiación, la convivencia con los empobrecidos y sufridos, nos ayudan a deslastrarnos de tanto ego para dar lugar a Dios y a los hermanos.
La media hora de oración personal fue ocasión para rezar el rosario y gustar del suave atardecer, caminando por los jardines de esta casa de Bethlemitas. Luego tuvimos las vísperas, que dirigió el Hno. Richard Mora. A continuación la cena, que aquí llaman merienda. Ahora, mientras escribo, el equipo de secretaría labora, otros navegan en la red-e, algunos creo que ven una película italiana, 'Francesco y Chiara', algotros juegan y cantan. Estoy muy cansado, por el partido de basket que ganamos los venezolanos (con el apoyo del Hno. Juanito, ecuatoriano) a los locales. Fue un desafío a la altura (menos presión atmosférica y menos oxígeno) y a la hartura (después de almuerzo). Como diría Mons. Guerrero, algunos jugábamos a ser jóvenes.