Ayer domingo, el Hno. Ernesto Romero, viceprovincial de los frailes capuchinos en Venezuela, es decir nuestro servidor (ministro), durante la concurrida y sentida misa dominical, en el centro misional Sta. Teresita de Kavanayén, dio ingreso oficial a los hermanos Alexánder y Anfert, ambos de Ciudad Bolívar; Francisco Javier, de Queniquea (Edo. Táchira); José Manuel, de Guatire; Orlando, de Caracas; y Simón, de S. Ignacio de Yuruaní (Gran Sabana) en el postulantado de los hombres de barba, pardo sayal y sandalias. Cada hermano es un regalo del Altísimo, dijo Francisco, el poeta de Asís.
Coincide que este año la familia franciscana celebra los ochocientos años de la regla escrita por su fundador, el considerado más humano de los santos, y los frailes capuchinos en Venezuela alabamos a Dios por la entrada pacífica a los barí, pueblo indígena de la Sierra de Perijá, que estuvo amenazado de muerte por la sociedad 'republicana y cristiana' de mediados del siglo pasado (hablo del XX por si hay dudas). Sal envenenada, cercas eléctricas, cazadores de 'orejas' (para probar que habían matado a un barí)... son algunas de las 'lindezas' de la historia perijanera y zuliana. Por suerte unos quijotes, venidos de las tierras de Cervantes, se jugaron la piel para hacer un acuerdo con los barí, lograron la demarcación de su territorio (el 10% del que tenían en 1900) y mostraron cómo los llamados salvajes respetaban su palabra de paz, mientras que los invasores 'civilizados' seguían hostigando al noble pueblo de raíces chibchas. Romualdo de Renedo y Vicente de Gusendos, en helicóptero de Aerotécnica, y Epifanio de Valdemorilla y Adolfo Santos, caminando, coronaron en 1959 la campaña de pacificación diseñada e iniciada por el gigante Fr. Cesáreo de Armellada. Todos en la tradición de Francisco de Pamplona (en el siglo Tiburcio de Redín, un personaje novelesco), fundador de la presencia capuchina en Venezuela, a mediados del siglo XVII. En alabanza de Cristo, Amén.