Experimentar la propia fragilidad es algo que no rima con la onda posmoderna de ensalzar el propio ego, pero es inevitable. 'Cuando experimento mi debilidad entonces soy fuerte' (2 Cor 12, 10), dijo Pablo de Tarso, gigante del Espíritu, cuyas cartas son fuente de vida y acción para todos los discípulos de Jesús de Nazaret. Vaclav Havel, literato y político checo, defensor de los derechos humanos, opositor al régimen soviético, expresó que cuanto más alto iba en la sociedad, más necesitaba recordar su condición humana (frágil, limitada).
Evoco el regalo que unos novicios capuchinos hicieran a un compañero muy egocéntrico: un celular gigante, de cartón, con las frases de una propaganda ad hoc: 'mírame, llámame...', que mi maestro de novicios completaría con otras palabras, lema de los egotistas, 'pégame, pero fíjate en mí'. Necesitamos poner en práctica lo que el Buen Maestro nos enseña: 'quien quiera ser mi discípulo, niéguese a sí mismo'. Pablo sabe que experimentando nuestra fragilidad es como podemos abrirnos a la Misericordia del Altísimo, que hizo a su Hijo pecado (2 Cor 5, 21: atrevida frase paulina) para llevarnos a su Reino de Justicia. Experimentando que somos humus es como somos humildes.
Humildad es andar en la verdad, nos enseña Teresa, la andariega mística del siglo XVI español. Honestidad con la realidad, expresa Ignacio Ellacuría, jesuita, desde su martirio, obra de oscuros agentes de la mentira, que querían ocultar la realidad del sufrido Sálvador con la ideología. La combinación de Evangelio y maestros de la sospecha (Marx, Nietzsche y Freud), con el testimonio de mártires y pastores latinoamericanos (Mons. Romero es uno doblemente insigne) puede ayudarnos a 'des-cubrir' la realidad, compleja, opaca y dinámica, para tratar de hacer nuestro aporte a la transformación de la misma, en orden a que, como señaló el Rabí de Nazaret, todos tengamos vida abundante (Jn 10, 10).