Los Makunaima, en sus andanzas, llegaron a pasar hambre. Acudieron a casa de diversos animales. Éstos les permitieron comer de ‘sus conucos’. Pero Chiké terminaba arrasando con todo. Así volvían a pasar hambre. Un día llegaron a casa del acure. Éste no quiso llevarles hasta ‘su conuco’. Como es muy veloz, los dejaba botados cuando intentaban seguirlo. Los Makunaima pidieron ayuda a la ardilla. Ésta siguió al acure y descubrió ‘su conuco’: el Wadakayek (árbol de todos los frutos). Chiké, después de comer mucha fruta, se propuso cortar el gigantesco árbol, contra el parecer de su hermano mayor. Así lo hizo, cayendo el tronco hacia la zona en reclamación. El Wadakapiapue es el majestuoso tepuy-tocón de ese gran árbol.
Del tronco cortado comenzó a brotar abundante agua. Para tapar esa gran fuente, colocaron una guapa gigante (wopá, obra de cestería) cubierta con cera. Pero el mono llegó más tarde y, curioso, destapó el agujero y la tierra se inundó. Los pemones buscaron árboles en tierras altas, para salvarse.
El hambre sigue siendo terrible flagelo de la humanidad. Se dice que cada cinco segundos muere un niño por este flagelo. El juicio final, según el Buen Pastor, será sobre esta cuestión: vengan, benditos, porque tuve hambre y me dieron de comer… Cuando fuiste solidario con uno de los más pequeños y despreciados, conmigo lo hiciste.
Nuevamente en este trozo del mito la observación de la naturaleza es fuente de vida. Chiké aparece como modelo de los que arruinan la tierra. Hoy son los grandes países industriales quienes amenazan a los empobrecidos y a la madre tierra, que nos sostiene y alimenta, a pesar de los maltratos. La sensibilidad ecológica va en aumento, pero la velocidad de destrucción de los bosques y la contaminación de toda la naturaleza parece ser mayor. Los pueblos indígenas, con su milenaria convivencia con la naturaleza, tienen una sabiduría que compartir, pero los ‘sabios y entendidos’ occidentales parecen cerrados a esta fuente de conocimiento. Jesús de Nazaret agradecía a Dios haberse dado a conocer a los ‘pequeños’ y haberse escondido a ‘los grandes’; ahora tendremos que rezar para que esos que se pretenden grandes escuchen a los sabios ‘pequeños’. En Kavanayén tiene lugar un interesante proceso de diálogo entre científicos (predominan las mujeres) y pueblo pemón. Forma parte de un proyecto titulado ‘Riesgo’ que se basa en que la protección de los bosques está vinculada al fortalecimiento de la organización de sus dueños originarios, en este caso los pemones.
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