Los Makunaima siguieron su búsqueda del padre. Se enteraron de que los espíritus llamados mawariton (plural de mawarí) lo habían encarcelado, bajo un monte que parecía una ollita de barro (oinú) puesta boca abajo. Chiké logró establecer amistad con una mawarí, que los llevó hasta las entrañas de la montaña. Luego, con sus artes mágicas, Chiké abrió un hueco y escaparon los dos hermanos y el sol, su padre. El sol, molesto por lo ocurrido, decidió ir al cielo, a recorrer el camino que cada día hace, brindándonos su luz. Este pasaje es muy profundo: el sol aprisionado en oscuro lugar. Parecía que las tinieblas vencían a la fuente de la luz. Obvia semejanza con la pascua judía (el pueblo atrapado entre el ejército imperial y las aguas del Mar Rojo) y la pascua cristiana (Jesús aparecía derrotado en la cruz). Pero en ambas pascuas el Altísimo muestra su poder: el pueblo es liberado (los opresores humillados), el Profeta carpintero resucita (las autoridades judías y romanas quedan desconcertadas).
Los Makunaima liberan al sol. Los hombres salvando el cosmos. Una clave ecológica: tenemos tareas para el bien de la creación entera, que, según dice Pablo de Tarso, gime con dolores de parto, queriendo salir de la esclavitud a que fue sometida por el mal destructor. En un texto que recoge lo dialogado en el primer congreso pemón (década de los ochenta del siglo pasado), está, en boca de una abuela, la siguiente idea: el sol ha despertado a los hijos de los Makunaima (los pemones), que permanecieron adormecidos y dominados en la Colonia y en la República. También en la quinta, porque se ha hecho poco y mal, como señala Rigoberto Lanz, por estatismo, corrupción e ineficiencia. Yo añado, militarismo e hiperliderazgo, es decir, caudillismo. Los actuales hijos del sol deben comprender que sólo fortaleciendo la propia organización, sin dejarse instrumentalizar por el aparato estatal omnívoro, podrán ser fieles a su tradición y seguir su propia ruta.
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