En el evangelio de este domingo XVI del tiempo ordinario, S. Marcos nos pinta una escena de búsqueda de retiro y otra de multitudes que mueven a Jesús a compasión. Tenemos allí dos fases de la dinámica cristiana. Vengan a mi los cansados y agobiados y yo los aliviaré: Jesús quiere que vayamos con él, a lugares retirados, para reponer nuestras fuerzas y brindarnos lo mejor de sí. Un día el carpintero Mesías regañó a Marta de Betania porque se atareaba demasiado (por atenderle) y no aprendía de su hermana María, quien había elegido la mejor parte, lo único necesario, ponerse a los pies del Maestro, embebida en su palabra y en su presencia. Estos días pasados, de fiesta mariana, por la Virgen del Carmen, varios automóviles en el pueblo llevaban un letrero espiritual: María, mujer de la escucha. En alguna de las plegarias, en la misa, expresamos que la Virgen de Nazaret es modelo en la oración, porque ha esperado perseverante, con los apóstoles, la venida de Ruaj, el Espíritu que sopla donde quiere y viene en ayuda de nuestra debilidad. Francisco de Asís clamaba para que en la vida de cada día todas las cosas estén al servicio del espíritu de oración y devoción.
Pero el Maestro también quiere ser servido en la persona de los hermanos, especialmente de los más sufridos. Difícil tensión entre ser María de Betania y Marta. La Madre supo ser servidora (cambiándole los pañales y dándole de mamar) y silenciosa, rumiando todo en su corazón. Jesús quiere que nuestro corazón, como el suyo, sea compasivo y misericordioso. Compasión es sentir con el otro. La primera frase de uno de los dos documentos principales del concilio Vaticano II, reza así: las alegrías y las esperanzas, las tristezas y angustias de los hombres de hoy, especialmente de los pobres, deben ser las alegrías y esperanzas, las tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Al final de la tarde, escribió S. Juan de la Cruz, seremos juzgados sobre el amor. Añadió Juan Pablo II, el Magno: en el momento final, los pueblos del sur, empobrecidos, juzgarán a los pueblos del norte, opulentos, explotadores e indiferentes. Hacer una sociedad más justa, pero también más libre, es brega para cada creyente, con solidaridad creativa, como nos recuerda Benedicto XVI en su tercera encíclica, realizar la caridad en la verdad. Ser testigos de la solidaridad y de la honestidad, en medio de la injusticia asesina y de la corrupción cancerígena.
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