Sigo de vacaciones en el terruño. Un amigo sacerdote me contó una anécdota que ilustra el clima político de nuestra dolida patria. El ministro Jaua, de agricultura y tierra, llegó a Machiques para tratar la espinosa cuestión de la demarcación de tierras de los pueblos indígenas. El sacerdote se acercó y le dijo esta frase: quiero sugerirle que sea prudente en el manejo de tan compleja temática. Apenas oyó las palabras del sacerdote, Jaua le gritó 'fascista', acompañando esta ofensa con otros epítetos menos políticos.
Este día hay una sesión del consejo legislativo del Estado Zulia en Machiques, creo que en la plaza Bolívar, donde será abordada la misma cuestión. Esta mañana, antes de salir a celebrar la misa, el Obispo, en sacristía, me dijo: 'pon esa cuestión en oración, en la eucaristía'. Ojalá, que en árabe significa 'quiera Dios', que los legisladores regionales sean más prudentes y menos impulsivos y groseros que el ministro que ladra (desde su apellido).
El reconocimiento de la gigantesca deuda social del Estado venezolano con los pueblos indígenas es un logro histórico. La Constitución da el mandato del reconocimiento de la propiedad colectiva de dichos pueblos sobre sus territorios. La Ley de pueblos y comunidades indígenas desarrolla dicho mandato y establece el proceso de demarcación. El retraso de ocho años, según dato constitucional, no se debe ni a los pueblos indígenas ni a los hacendados u otros terceros que puedan ser afectados. Ese retardo es responsabilidad, fundamentalmente, del Gobierno, que tiene mucha verborrea pero pocos hechos eficientes, en todos los campos. Los líderes indígenas, en muchos casos, han estado como hipnotizados por el logro jurídico (Constitución y LOPCI) y por recursos recibidos por diversas vías para mejorar infraestructura, salud, educación, productividad. Conozco experiencias exitosas. Pero todo eso no debe convertirse en opio que adormezca la lucha por el principal reclamo de los pueblos indígenas. Varios líderes, además, al enchufarse en el aparato estatal y probar las mieles del poder, no sólo están 'ennotados', sino que se transforman en adormecedores y manipuladores de su gente.
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