Regresar de vacaciones zulianas, entre las laderas de la Sierra de Perijá, la capital regional, lacustre, y las sabanas vecinas de los Montes de Oca (La Guajira), al ambiente conventual, aunque sea en Caracas, es una ocasión para retomar las rutinas frailunas, y cuidar más la interioridad, el silencio, el vagar en la oración. En el 'mundo' hay mucho ruido, mucha cháchara, muchas vacuencias (vocablo de La Sabana, pueblo costero-central; 'vaciedades'). Recuerdo, de una carta de Ernesto Cardenal a Tomás Merton: 'dígale a los novicios que están en crisis, que no regresen al mundo, que es algo infernal'. Clásica visión monástica, que suena hiriente a la modernidad (capitalista o marxista), pero lleva consigo gran parte de verdad. En una carta joánica se nos describe el 'mundo': curiosidad malsana, pasión desordenada y arrogancia del dinero. Siempre me ha impresionado que el Buen Jesús enumere entre los males del corazón humano el homicidio junto con la vanidad. Ambos son muy abundantes en el mundo. Claro que en el mundo, entendido como distinto de lo eclesiástico, hay virtudes, y en lo eclesial (no sólo eclesiástico) puede haber mal (Iglesia casta y meretriz). Pero es palpable que lo conventual favorece la interioridad. Para eso fue diseñado. Evoco la frase de un 'rascaíto', de la calle, en Santa Elena: 'Usted es vergatario (no celular asiático hecho en la dolida patria), porque tiene oportunidad para leer y meditar'.
Además de ser fraile vivo entre pemones. Tal vez por eso me resultan tan chocantes otros aspectos de la cotidianidad en la sociedad envolvente: la superficialidad (otra vez, vanidad de vanidades), el individualismo, el hedonismo, el consumismo voraz, la agresividad (incluso en las familias), la polarización político-partidista, el estatismo, el mal gusto, la vulgaridad, la ostentación, la hipocresía, el servilismo ante las autoridades, la mediocridad, la ineficaz soberbia de los funcionarios públicos, la masificación (contra la personalización), la basura omnipresente, el militarismo (los civiles somos para ellos ciudadanos de segunda o tercera), la conchupancia de los cuerpos de seguridad con los irregulares (malandros o guerrilleros), la corrupción galopante, los pésimos servicios públicos, los secuestros y los asesinatos cotidianos (mientras T. El Inútil habla de éxitos en seguridad)... Salir de la paradisíaca Gran Sabana necesita una justificación: una reunión convocada por los superiores de la Orden; visitar a los hermanos, la familia y los amigos;
alguna diligencia no postergable; un compromiso con tareas solidarias ineludibles... Todos los que vivimos allá arriba debemos estar profundamente agradecidos a Dios, y recibir con compasión a los que escapan, aunque sea por unos días, a este mundo infernal. Con razón Fr. Deogracias Fernández, un santo capuchino, decía: 'La Gran Sabana es un Gran Monasterio'. Mons. Mariano Gutiérrez afirmaba: 'Los pemones son naturalmente franciscanos', es decir, gente de oración, hermandad, sencillez, afabilidad, humildad, austeridad, convivencia con la madre tierra... Ojalá, es decir, quiera Alá (Dios), que la frase del ipukenak (sabio) pemón, Orekó, no sea fatal: 'los jóvenes pemones se dejarán encandilar, como las lapas por las lámparas, y abandonarán a Jesús, el Esencial, por las cosas materiales del mundo criollo (occidental)'.
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