El sábado en la tarde viajé de Kavanayén a S. Rafael de Kamoirán. En realidad me quedé en Rápidos, estación de servicio que incluye gasolinera, hotel y restaurante. Después de tomar un jugo, obsequio de la casa, saludé a la dueña, Emilia Castro, empresaria pemón, quien estaba limpiando el jardín vecino a la ermita dedicada a la Virgen María, en su advocación de la Rosa mística. Al lado de la ermita se encuentra un local para atención médica, que funciona en las temporadas altas de turismo. Ambas obras, la ermita y el local de salud, son iniciativas de Emilia, pagadas por su empresa. Un fuerte contraste con su resentido hermano, quien se haya en Colombia, tal vez renovando su repertorio de disparates de ministro de la cienciología, último recurso suyo para tratar de huir de sus demonios de acomplejado.
Emilia me cuenta que su padre, Augusto, murió el jueves y fue enterrado el sábado en el sitio del grupo de cienciólogos 'hipnotizados' por Silviano. Algunas 'perlas' de este 'ministro' discípulo de Hubbard: el código de barras es la marca del demonio, pero él y sus cofrades administraron una venta de víveres y chucherías, con sus respectivas marcas 'demoníacas', en Semana Santa; el dinero es malo (me suena conocida esa afirmación demagógica... Chávez, Chávez... pero ambos se dan buena vida, salvando la distancia del Demagogo mayor a este paisano pemón); Santa Biblia es Biblia de Satán, por 'ingenioso' cambio de lugares de las letras... con una laptop y unos cd deslumbra a pobre gente con escasos recursos intelectuales y bajísima autoestima, que, como suele suceder, se alegra de encontrar un amo que les domine y les dé seguridad (discurso del terrible inquisidor en la Leyenda correspondiente, dentro de la novela Los Hermanos Karamazov, de Dostoievski). Este fenómeno ha sido analizado también por E. Fromm (El miedo a la libertad) y Hannah Arendt (Los orígenes del totalitarismo). En clave literaria latinoamericana: La guerra del fin del mundo, de Mario Vargas Llosa. Antonio Consejero es un antecesor de Silviano, que seguramente él no conoce.
Cené y dormí en Rápidos, por hospitalidad de Emilia.
El domingo celebré la misa en la capilla de S. Rafael, con participación de más de cien vecinos. Me detuve en el comentario al evangelio dominical. Emilia hizo de traductora. El capitán Obdulio, en tácito reconocimiento al liderazgo y la formación de la empresaria, le pidió que fuera ella quien hiciera ese servicio. Sería largo contar los detalles de la homilía. Comencé haciendo eco a lo vivido en Conocoto, Quito: ser acompañados para acompañar. Enlacé eso con el título que usa Juan para dirigirse a Jesús: Maestro. Jesús, el único Maestro con M mayúscula; aquél que no sólo trasmite la palabra sino que es la Palabra hecha carne, sangre, historia... Ese Jesús nos ha dejado su enseñanza en las cuatro versiones del Evangelio y nos ha regalado en Pedro y sus sucesores, hasta Benedicto XVI, unos pastores que nos guíen en la historia. Llegué a Kavanayén después de la hora conventual de almuerzo. Fui al restaurante de Guadalupe, pero ella no se encontraba. Ví que sus padres estaban en la cocina familiar; me acerqué y compartieron conmigo el tumá, el casabe y un trozo de lapa sancochada. Más tarde, después de siesta, presidí la exposición del Santisimo, incluyendo la novena al Poeta de Asís. En alabanza de Cristo, amén.
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