Loado seas, mi Señor, por nuestra hermana la muerte corporal,
de la cual ningún hombre viviente puede escapar.
¡Ay de aquellos que mueran en pecado mortal!:
bienaventurados aquellos a quienes encuentre en tu santísima voluntad,
porque la muerte segunda no les hará mal.
El joven ítaloumbro que llegara a ser rey de las parrandas juveniles, en su Asís natal, se acercaba al final de su periplo existencial (1181-1226). Hans Urs von Balthasar expresa que tal vez este periplo haya sido el mayor shock espiritual que haya recibido la Iglesia en su historia bimilenaria.
Ciorán ha dicho que la calavera no es una buena introducción a la modernidad. Se ríe el pensador rumano de la pretensión moderna de reafirmarse en la ciencia y la tecnología, prometiendo paraísos terrenales, carcomidos por la muerte. Una representación clásica de Francisco de Asís, y de otros santos, los coloca vecinos a alguna calavera. La ineludible muerte es parte del ciclo existencial. El Poeta de Asís llega a llamarla hermana. La vive desde su profunda confianza en Jesús, crucificado y resucitado, pintado en el Cristo de San Damián: sangrante, pero de faz serena; con las espirales del Espíritu rodeándole; el sepulcro vacío incrustado en los brazos de la cruz y la ascensión en la parte superior de la misma, donde la mano del Padre lo recibe.
El Pobrecillo nos llama a la penitencia. Si la hermana muerte nos encuentra haciendo la voluntad del Altísimo, somos bienaventurados; nada tenemos que temer. Venceremos, en el paso, con el carpintero Mesías resucitado.
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