Ayer en la tarde adelanté un poco la hora de mi caminata vespertina, para pasar a saludar a L. una joven madre que ha perdido, en el parto, a su primer bebé (sietemesino). El día que ocurrió pasé a verla y estaba en cama, envuelta en sus sábanas, sin querer hablar o tan sólo dejar ver su rostro. Hice una oración breve con la madre de L. y su hermanita. Dejé señalado un pasaje del libro de Job (Jb 10) para que L. lo lea cuando tenga ánimos. Al día siguiente fue el entierro. No estuve presente, porque fui de retiro. El diácono Raúl hizo los oficios. El día contiguo una tarea se hiló con otra y no pude caminar ni visitar a L. Ayer, finalmente, volví a casa de L. Ya había leído el pasaje de Job. Sonrió cuando le pregunté qué cosas bonitas decía ese trozo de la Palabra de Dios. Me dijo que ese texto se parecía a sus sentimientos y que no eran nada bonitos. Dialogué un poco con ella y le dejé señalado el pasaje en el cual Dios pone en manos de Job el cosmos entero, para que lo cuide.
Hoy el Hno. Raúl asumió también la clase con los postulantes. Antes de entrar a clases me entregó una prueba diagnóstico de lo visto hasta ahora en Catecismo Universal. Su evaluación global es: preocupante resultado. No retienen casi nada de lo que estudiamos. Ya he hablado en otras ocasiones de tres puntos débiles en cualquier prueba sondeo a bachilleres venezolanos: pobreza de lenguaje, dificultades en pensamiento lógico-matemático y baja resiliencia (constancia). A partir de esa realidad hay que diseñar un proceso de metanoia (conversión de la manera de pensar y estudiar). Con razón decía Nietzsche que los metodólogos son muy importantes. Recuerdo haber entresacado unos datos sobre metodología de una obra de M. Desiato sobre el 'filósofo del martillo' (Federico para más señas, no el del martillo y la hoz): leer el corpus (todo un texto, o las obras de un autor); rumiar lo leído; hacer cuerpo (la rumia debe hacer que el contenido sea 'sangre', es decir parte vital del estudiante).
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