Con frecuencia, mientras camino y medito en la Gran Sabana, disfrutando del señor hermano sol, la madre tierra, el hermano viento, la hermana agua, las hermanas aves, los hermanos grillos... percibo que la propia existencia se ha entretejido con el Evangelio y con los pemones: tres hilos.
Un franciscano sicólogo y teólogo espiritual señala que necesitamos unos veinte años de equipamiento, para luego hacer nuestra escalada. Si miro hacia atrás, después de los veinte años de equipamiento hecho en el Zulia, en medio de la familia y en las instituciones educativas (bachillerato con los maristas), vinieron ocho años de formación franciscana, filosófica (en el entonces Instituto universitario seminario interdiocesano Santa Rosa de Lima) y teológica (en el Instituto de teologia para religiosos). Contando desde el final de la teología, ya van veinte años de escalada.
Ha sido en la escalada cuando he percibido con más claridad la propia fragilidad. Dice Francisco de Asís: por nosotros mismos somos pútridos, hediondos y miserables. Por gracia el Padre bueno nos ha dado su Palabra luminosa y su Aliento creativo (Ruaj) en Jesús de Nazaret. Casi todo ese tiempo he tenido la suerte de vivir en medio de los pemones, tratando de realizar lo que el Pobrecillo de Asís nos ha mandado: vivir en medio de los sufridos, con actitud de servicio, y dar razón de la fe cuando Dios lo sugiera.
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