Jesús llamó a los Doce, les dio autoridad y los envió a predicar la Buena noticia del Reino de Dios, llamando a conversión y haciéndose ellos mismos buena noticia, por las señales que acompañaban su palabra.
Llamados por su nombre, cada uno con su historia personal; en las presentaciones de la lista de los doce destacan los tres que encabezan cada grupo de cuatro nombres: Simón (Kefas, es decir Piedra), Felipe y Santiago. Simón, el impulsivo y violento (quiso cortar la cabeza de Malco, pero sólo alcanzó a hacerlo parecido a Van Gogh); Felipe, el evangelizador de Bartolomé, conciudadano de Pedro y Andrés; Santiago el de Alfeo o el menor (para distinguirlo del hermano de Juan), columna de la Iglesia en Jerusalem y autor de la carta que lleva su nombre, según la Tradición... Sería largo ir viendo detalles sobre otros apóstoles. Bástenos esta espiga para asomarnos a la diversidad de ese colegio de hombres, más acostumbrados a bregar con redes que con sutilezas teológicas, a quienes el Maestro carpintero convoca para ser sus discípulos, amigos y misioneros.
En otros pasajes del evangelio lo aquí nombrado como autoridad es dicho con el vocablo poder. Jesús dio el poder del Espíritu a los apóstoles, para que lleven con firmeza y coraje la palabra de Dios a todos los rincones de Israel y del mundo, evangelizando a toda creatura, como lo entendieron y realizaron Francisco de Asís (a las aves) y Antonio de Padua (a los peces). Sin el Espíritu la evangelización quedaría en pura propaganda, la catequesis en indoctrinación, la liturgia en ritos huecos, la Iglesia en una sociedad benéfica. El Espíritu que aletea aún sobre el Cosmos, ha ungido a Jesús y desciende sobre la Iglesia, para hacernos pueblo de Dios en los sacramentos y en las señales creativas de la caridad (Deus caritas est).
Las procesiones internas de la Trinidad (modelo de los giros de las galaxias y de las partículas atómicas) se hacen misiones en la obra histórica de Dios, que se da a conocer en sus acciones maravillosas. Por eso el Poeta de Asís ha afirmado que el Señor hermano sol lleva por los cielos noticia de su Autor, en contraste con el hombre, que no es digno de hacer mención del Dios Trino y Bueno. Énviados son el Hijo (la Palabra) y el Espíritu. Enviados son los doce. Enviados somos todos los bautizados, que fuimos ungidos para ser, como Jesús de Nazaret, profetas, sacerdotes y reyes. Los Obispos en América Latina nos han lanzado el desafío de la Misión continental, que brota de la renovación de nuestro encuentro personal con el Mesías nazareno.
En sus tres encíclicas el Papa Benedicto nos da claves de esa Misión que nace en el seno de Dios: realizar la caridad en la verdad, que nos hace libres y esperanzados. En medio de un mundo de egoísmo e indiferencia, de injusticia, hambre, violencia y ecocidios, ser testigos de la solidaridad activa que busca la paz. En un globo marcado por las heridas de la mentira, las ideologías que pretenden ocultar la realidad, la hipocresía, las dobleces, el 'todo vale', ser testigos de aquel que dijo rotundamente 'yo soy la verdad'. Ser sus testigos en la honestidad cotidiana, en la autocrítica y la crítica, que tantas ronchas levanta a los hipersensibles ostentadores del poder, especialmente cuando se hace autoritarismo y pretende uniformarnos en el pensamiento único, transformándose en una ofensiva amenaza a la inteligencia, la libertad, la creatividad y la diversidad.
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