Ayer viajé con Fr. Richard de Santa Elena a Ciudad Bolívar, después de haber celebrado la misa matutina en la Catedral. Nos despedimos de los novicios y los frailes, incluyendo al Sr. Obispo, intelectual, músico y pastor. Nueve horas de carretera, incluyendo la parada en el Cintillo para almorzar. Primera hayaca de este año, acompañada con ensalada, yuca, queso guayanés y una cerveza bien fría. "Mejor pa' qué", dice padre. Dialogamos en formato libre: nos quejamos de las malas carreteras de un país petrolero (sin nombrar los apagones y las fallas de agua...); nos dolemos de los militares que son más fastidiosos que los mosquitos, con sus inútiles y corruptas alcabalas; valoramos vallenatos viejos y cantos de Arjona; compartimos visiones críticas sobre la Orden, la Iglesia, la sociedad; reímos chistes de ocasión; disfrutamos del paisaje; hacemos ruta urbana, en S. Félix y Pto. Ordaz, preguntando para no extraviarnos... y lo logramos. Bendito sea el Abbá.
Una noticia desconcertante al llegar a casa. Llama el Hno. Ernesto para notificar que Arelis, casada hace unas seis semanas, ya está viuda. 'Nadie sabe el día ni la hora', dice el Maestro. Vaya mi pobre oración por Jonathan, fallecido, y sobre todo por Arelis, la joven viuda, a quien toca sobreponerse para seguir su ruta. Eclesiástico 17, 2: el hombre ha recibido poder y unos días contados. Por eso el Maestro nos llama simultáneamente a ver los lirios y las aves (la belleza de la creación) y a cargar la Cruz (el dolor que nos acompaña). Bendito sea el Abbá. Ceno temprano, me baño y duermo, después de unos versos de Ernesto Cardenal en homenaje a un líder Kuna.
Hoy domingo tuve la ocasión de volar, con Transmandú, de la capital del Estado Bolívar a Canaima, para celebrar una misa por Juan Gabriel Jiménez Truffino, joven piloto muerto hace un mes en accidente aéreo. Vecina de asiento, en la cessna 206, Sabina, tía del difunto e hija del famoso 'Jungle Rudy', Rudolf Truffino, fundador del campamento Ucaima. Vuelo placentero, desayuno en el campamento Parakaupa, misa en la capilla de Canaima, con participación de un coro de jóvenes animado por el depurú (jefe) Montes de Oca y la profesora Casilda. El Espíritu y la Palabra vinieron en ayuda de mi debilidad y pude decir palabras de consolación para los padres, la viuda y otros parientes de Juan Gabriel. Tuve oportunidad de saludar a algunos conocidos, incluyendo a los nombrados y a Rosa, esposa de Miguel Sigala (ella educadora, él empleado de campamento turístico), y a Pilar, en cuya casa estuve hospedado, con mi hermana Chipina, la primera vez que vine a esta comunidad, hace dós décadas. Pasaron más de diez años desde la última vez que visité esta comunidad. Lástima que no puedo aceptar la invitación a permanecer unos días, pues debo viajar esta noche de Ciudad Bolívar a Caracas. El piloto del vuelo de regreso (Canaima-Pto. Ordaz-Ciudad Bolívar) fue un veterano conversador, José Madriz.
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