Ayer en la tarde, con menos participación que en los días anteriores, tuvimos la misa con la animación de aguinalderos del sector Tukuiwokudén. Fr. José Manuel, laborioso como una hormiga (Prov 6, 6), se retiró pronto, a leer algo sobre Fr. Leopoldo de Alpandeire, capuchino que será beatificado en Granada, ciudad del arte musulmán nazarí, el 12 de setiembre de este año. Yo, que había estado leyendo a J. Klausner, busqué en directv algo para entretenerme hasta las 9:00 pm, hora de cerrar las puertas misionales. En el canal de mejores ofertas fílmicas pasaban una malísima y hollywoodesca película de un asesino profesional y un taxista secuestrado (Colateral). Haber soportado media hora de ese bodrio es pecado y penitencia (ja...).
Esta mañana estaba adormilado por interrupciones del sueño: turistas que golpearon la puerta a deshora (10:00 pm) y necio que no desconectaba su alarma a pesar de estar en la segura Gran Sabana; su alarma se activó diez veces en la madrugada; por suerte el necio de la alarma estaba lejos del centro misional, pero en el silencio impresionante cualquier ruido molesta. Café, sanguche (en maracucho y argentino) y caminata. Hacía frío, por la brisa alisia. Tiempo para rumiar el evangelio cotidiano: Jesús que sana al leproso y se retira a lugares solitarios a orar. Evoco a Francisco de Asís y el Pbro. Damián, apóstoles en medio de los leprosos. Recuerdo a los padres y madres del desierto ('la verdadera praxis es la nepsis', es decir la vigilancia del self) y a la Teresa avileña y andariega, con las etapas de la vida espiritual: oración vocal y mental; proyecto de vida; combate; purificación, iluminación y unión (esponsal).
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