Antes escribí que los pemones se entienden como hijos del sol. Ese es el nombre de uno de los grupos musicales de Kavanayén. Francisco de Asís, el Pobrecillo, el Hermano universal, el poeta predicador, el místico más humano... llamaba a sus frailes a dedicarse a una genial tarea apostólica: cantar. El compuso el Cántico de las creaturas, donde llama al astro rey, señor hermano sol, y lo reconoce como aquel que lleva por los cielos noticia de su autor. La luz atraviesa el cántico de Francisco: la luna, las estrellas y el hermano fuego son otras creaturas luminosas.
El poeta de la Dama Pobreza y del cosmos quería que sus frailes cantemos al Hermano sol y a todas las creaturas, frutos de la sabiduría amorosa del Abismo sin origen a quien Jesús de Nazaret nos enseñó a llamar Abba (un padre lleno de ternura). El Altísimo ha creado con su Soplo y con su Palabra, y con la palabra inspirada Francisco canta a la creación y la invita a alabar a Dios.
Los pemones son hijos del sol y de una mujer de jaspe (piedra rojiza). La mujer es obra de Tuenkarún, creatura de las oscuras aguas. Sol, piedra y agua... sólo falta el viento para completar los cuatro elementos. El soplo es importante en la vida cotidiana pemón: puede acompañar el tarén (para curar) o el muimandok (para dañar). Sol y piedra: luminosidad y opacidad. Así es la realidad, así somos los seres humanos. Sutileza y firmeza: otra clave interesante. Ser sutiles y al mismo tiempo fuertes. Leonardo Boff ha descrito a Francisco con dos palabras similares: ternura y vigor. Ligereza (la luz no pesa) y pesantez: águila y gallina; otra vez hago eco a una obra de Boff. O con categorías cervantinas: Don Quijote y Sancho Panza. Estamos hechos de tierra, pero estamos llamados a buscar los bienes de arriba... Simone Weil tituló una de sus obras: La gravedad y la gracia. Nos afecta la ley de la gravedad, pero estamos llamados a ir hacia la casa del Padre, como Jesús en la ascensión. Cuánta sabiduría en esos poderosos símbolos míticos.
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