Iniciamos la jornada con laudes y desayuno. Nos despedimos de las Bethlemitas y sus empleados, que nos han atendido muy bien en estas dos semanas del Encuentro de formadores capuchinos de la Conferencia capuchina andina. Hemos participado frailes de Unasur, más un fraile de México. Creo que el ambiente ha sido más distendido que en Bariloche... donde Lula parece haber hecho de domador de la bestia apocalíptica que con tanta facilidad habla de ir a la guerra, pero cuando es su sangre la que está en juego se vuelve escatológico (no lo quiero decir con su lenguaje de albañal).
Hicimos un largo paseo por el Quito colonial. Evoco la frase atribuida a Bolívar: Caracas es un cuartel (sigue siéndolo), Bogotá una academia y Quito un convento. Impresionantes los abundantes templos y conventos, especialmente la Iglesia de la Compañía, que no pudimos ver, porque coincidió nuestra llegada con una celebración litúrgica; la visité hace treinta años; barroco cubierto de oro. No menos impactante el Convento de S. Francisco, cuya iglesia principal está en restauración. Celebramos en una capilla de la gran estructura de este gigante convento: la Capilla de Cantuña. Cantuña es un personaje histórico y legendario: parece haber sido un indígena muy hábil en diversos oficios. La leyenda cuenta que empeñó su alma al diablo para que le ayudara con sus huestes a terminar a tiempo el patio empedrado de la explanada delantera del Convento; el pacto tenía una cláusula que salvó su alma; no podía faltar una piedra en la explanada; Cantuña fue y sacó una piedra, dejando embaucado a Satanás. Es una capilla de mucha tradición popular, con una réplica del Jesús del Gran poder (Un Nazareno cargando la cruz). Vimos el original, en el Museo del Convento, que ocupa las salas de uno de los nueve patios de esta joya arquitectónica. Un fraile menor, diácono, hizo de guía turístico, aunque hay personal pagado en el Museo: un detalle fraterno. Con rapidez, sencillez y conocimiento del asunto, nos hizo una gira, explicando detalles de las principales obras. Donde más nos detuvimos fue en el coro de techo artesonado, de estilo mudéjar. Sería largo y difícil reseñar en esta entrada tantos datos cómo nos brindó.
Comimos un emparedado mientras seguíamos gustando de la belleza de esta zona de la ciudad. En la plaza de S. Francisco y en la plaza Grande, en frente del Palacio de Gobierno, había sendos grupos de música afroecuatoriana. El bus escolar, contratado para la ocasión, nos llevó hasta el restaurante-buffet Toronto, cerca de la Curia viceprovincial de los capuchinmos en Ecuador. Almuerzo opíparo, con cerveza Pilsener y vino tinto chileno. A las 3:00 pm pude descansar. A las 4:30 leí la prensa y conversé un poco con algunos compañeros. Alfonso y Ramón se habían ido a Quito Sur, al convento del posnoviciado. Los frailes peruanos parece fueron al cine. Yo salí a caminar un poco antes de la cena, con José Gustavo, fraile y diácono colombiano. Me preguntó sobre mi itinerario, especialmente en los primeros años después de la formación inicial. Visitamos el cercano Santuario de la Virgen del Cisne, donde oramos unos minutos y gustamos de alguna pieza musical interpretada por la banda de Quito de la Policía Nacional, que honran a su patrona.
La cena fue frugal, para compensar lo del almuerzo. Alguno ni tocó la cena, que aquí llaman merienda.
domingo, 30 de agosto de 2009
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