Hoy El Nacional se ha puesto al día con la muerte trágica del Cap. Alfonso Rodríguez, piloto de Transmandú. Ayer escribí y hoy lo repito, que el Cap. Alfonso era aviador famoso por su veteranía y su bonhomía. Era el piloto más asiduo en la zona de Kamarata. En más de una ocasión me sacó, gratuitamente, de Kamarata a Luepa, donde solía ir a cargar alimentos para el campamento de Edelca en Canaima. Uno mis oraciones a la de mucha gente de la Gran Sabana, pidiendo paz para un 'buena gente', como dijera Cortés, un dibujante español, sobre Francisco de Asís. En este mundo de tanta palabrería hueca y abundantes egoísmo e indiferencia, personas como el Cap. Alfonso son una lamparita de barro. No se trata de maldecir la oscuridad, sino de poner algo de luz a nuestro derredor.
Nuevamente estoy en la capital nacional: ayer una amiga me preguntaba por qué me frotaba la nariz y los ojos... Soy un montuno en medio del ruido y el humo de esta gran ciudad. Recuerdo que Fr. Deogracias Fernández, quien fuera misionero en medio de los pemones, en la Gran Sabana, por más de cuarenta años, cuando alguien comentaba que era admirable por vivir tantos años en pequeñas comunidades, en el profundo sur, contestaba: admirables son ustedes que aguantan vivir en las grandes ciudades, acosados por la inseguridad, el miedo, la basura, la contaminación, el ruido... Una muestra de su genio y humor. Amor y humor necesita este mundo, decía Sta. Teresita de Lisieux, cuyo santuario nacional coincide que se encuentra en medio de los pemones, en Kavanayén, por iniciativa de su 'financista', Fr. Benigno de Fresnellino. Los recursos conseguidos por él fueron bien aprovechados por Fr. Víctor de Carbajal; ambos fueron frailes capuchinos provenientes de la Provincia de Castilla. Qué diferencia con los desastres de los gobiernos de esta dolida Venezuela. Ante los datos económicos uno se acuerda de un chiste de un humorista colombiano: si a los venezolanos los ponen a administrar el Sahara, llegará a faltar la arena.