viernes, 14 de agosto de 2009

domingo XX del tiempo ordinario

Yo soy el Pan vivo que ha bajado del cielo: rotunda afirmación de Jesús de Nazaret, el carpintero mesías.
El pan tiene diversas dimensiones. El pan nos remite a la tarea de producirlo y distribuirlo: economía. 'Que el pan no venga a tu mesa sin el sudor de tu frente', rezamos en el oficio de las Horas. Con frase paulina: 'El que no trabaje que no coma'. El caudillismo suele ir acompañado de facilismo populista. Las dádivas del Estado se convierten así en cadenas, en bozal de arepa. Recibe tu migaja y calla, no critiques, no te quejes... es el mandato desde las alturas de la dominación. América Latina sabe mucho de esa práctica que amenaza la integridad ética de cada ciudadano. Jesús rechaza que lo nombren rey después de la multiplicación de los panes: no quiere ser un 'déspota bondadoso'; nos llama a que cada uno asuma su historia personal como memoria y desafío; quiere que seamos autónomos. 'La verdad los hará libres'. Por cierto, por comentar ese texto evangélico un sacerdote, de paso por Cuba, fue expulsado. No necesita glosas esta anécdota.
El pan debe ser compartido: la familia, la comunidad, la sociedad, son espacios para la mesa común, recordando lo dicho antes. Dios no quiere que haya seres humanos reducidos a pasivos receptores de los bienes de este mundo. La sociedad ha diseñado asistencia para quienes la necesitan: niños, ancianos, enfermos, discapacitados... El sistema de seguridad social es una de las deudas gigantes del Estado venezolano con los ciudadanos. ¿A qué médicos acuden los gobernantes que atacan las clínicas privadas? Igual, en educación: ¿en qué colegios inscriben a sus hijos? Compartir el pan con el hambriento es obligación ética ineludible. Hacer realidad una sociedad más justa, donde no haya hambrientos, es tarea compleja y decisivo reto.
Pero debemos trabajar no sólo por el pan que perece, sino por el Pan que perdura. El ser humano no debe ser reducido al vientre, con imagen paulina, al comer y copular, aunque la corporeidad sea regalo del Creador. Copular es mandato del Señor y actividad lúdica, vinculada, por el Altísimo, a la relación de un hombre y una mujer para toda la vida; entrega amorosa, no simple ejercicio de terapia sexual o mera práctica tántrica o kamasútrica. Comer no es sólo consumir proteínas y vitaminas. Es un arte, en el que los franceses se han destacado, como señala Ciorán, pensador rumano. 'En París descubrí que comer es parte de la civilización, de la cultura'. Pero, insisto, Jesús nos llama a trascender el vientre. El ser humano, por encima del vientre tiene corazón y cerebro: interioridad, individualidad, sentimientos, ideas, palabra, voluntad, libertad, unicidad, espiritualidad. El Reino de Dios pasa por este mundo ('Está en medio de ustedes'), pero no se agota en este cosmos. La creación entera gime, por la miseria, la mediocridad, el hambre, la injusticia, el materialismo alicorto, la contaminación, el mal gusto, la vulgaridad... gime con dolores de parto, queriendo dar de sí una nueva creación, según la imaginación amorosa, la sabiduría, la luz, el poder, del Padre que tiene corazón de Madre, como decía Juan Pablo I, el papa de la sonrisa.

'mundo', frailes, monjes y Gran Sabana

Regresar de vacaciones zulianas, entre las laderas de la Sierra de Perijá, la capital regional, lacustre, y las sabanas vecinas de los Montes de Oca (La Guajira), al ambiente conventual, aunque sea en Caracas, es una ocasión para retomar las rutinas frailunas, y cuidar más la interioridad, el silencio, el vagar en la oración. En el 'mundo' hay mucho ruido, mucha cháchara, muchas vacuencias (vocablo de La Sabana, pueblo costero-central; 'vaciedades'). Recuerdo, de una carta de Ernesto Cardenal a Tomás Merton: 'dígale a los novicios que están en crisis, que no regresen al mundo, que es algo infernal'. Clásica visión monástica, que suena hiriente a la modernidad (capitalista o marxista), pero lleva consigo gran parte de verdad. En una carta joánica se nos describe el 'mundo': curiosidad malsana, pasión desordenada y arrogancia del dinero. Siempre me ha impresionado que el Buen Jesús enumere entre los males del corazón humano el homicidio junto con la vanidad. Ambos son muy abundantes en el mundo. Claro que en el mundo, entendido como distinto de lo eclesiástico, hay virtudes, y en lo eclesial (no sólo eclesiástico) puede haber mal (Iglesia casta y meretriz). Pero es palpable que lo conventual favorece la interioridad. Para eso fue diseñado. Evoco la frase de un 'rascaíto', de la calle, en Santa Elena: 'Usted es vergatario (no celular asiático hecho en la dolida patria), porque tiene oportunidad para leer y meditar'.
Además de ser fraile vivo entre pemones. Tal vez por eso me resultan tan chocantes otros aspectos de la cotidianidad en la sociedad envolvente: la superficialidad (otra vez, vanidad de vanidades), el individualismo, el hedonismo, el consumismo voraz, la agresividad (incluso en las familias), la polarización político-partidista, el estatismo, el mal gusto, la vulgaridad, la ostentación, la hipocresía, el servilismo ante las autoridades, la mediocridad, la ineficaz soberbia de los funcionarios públicos, la masificación (contra la personalización), la basura omnipresente, el militarismo (los civiles somos para ellos ciudadanos de segunda o tercera), la conchupancia de los cuerpos de seguridad con los irregulares (malandros o guerrilleros), la corrupción galopante, los pésimos servicios públicos, los secuestros y los asesinatos cotidianos (mientras T. El Inútil habla de éxitos en seguridad)... Salir de la paradisíaca Gran Sabana necesita una justificación: una reunión convocada por los superiores de la Orden; visitar a los hermanos, la familia y los amigos;
alguna diligencia no postergable; un compromiso con tareas solidarias ineludibles... Todos los que vivimos allá arriba debemos estar profundamente agradecidos a Dios, y recibir con compasión a los que escapan, aunque sea por unos días, a este mundo infernal. Con razón Fr. Deogracias Fernández, un santo capuchino, decía: 'La Gran Sabana es un Gran Monasterio'. Mons. Mariano Gutiérrez afirmaba: 'Los pemones son naturalmente franciscanos', es decir, gente de oración, hermandad, sencillez, afabilidad, humildad, austeridad, convivencia con la madre tierra... Ojalá, es decir, quiera Alá (Dios), que la frase del ipukenak (sabio) pemón, Orekó, no sea fatal: 'los jóvenes pemones se dejarán encandilar, como las lapas por las lámparas, y abandonarán a Jesús, el Esencial, por las cosas materiales del mundo criollo (occidental)'.