Sigo caminando por Caracas, como Piero, cantante argentino. Esta mañana celebré la primera misa matutina, teniendo por concelebrante a Wolfan Molina, diácono capuchino, a ser ordenado en la primera semana de agosto, en su pueblo natal, Colón.
Caminar, dialogar, meditar... son tareas cotidianas muy importantes. Traje de Kavanayén un texto de Lou Salomé sobre Nietzsche: ella, que fuera fascinante para el filósofo del martillo (así se consideraba él mismo), hace gala del conocimiento del pensador y del hombre, y por eso establece interesantes correspondencias entre el pensamiento y la existencia desgarrada del hombre que se dolía de la popularidad y vigencia de Cristo, y de la mediocre versión del cristianismo de su tiempo, especialmente del luterano. Llega a decir a Lou, medio en broma, medio en serio... ¿será que tenemos que hacernos católicos? Humanista ateo que reconoce que hacerse santo (para él es sinónimo de héroe, que según Nietzsche es ideal más alto) es algo serio. Esta obra es el fruto de caminatas, diálogos y meditaciones compartidas. Ojalá que todos podamos crecer en interioridad, reflexión, profundidad, creatividad, humanidad, mediante esas herramientas, compartidas con gente querida.
Mañana, Dios mediante, viajaré hacia occidente, al Zulia, a mi pueblo natal, Machiques, que tiene sus raíces históricas en una fundación de los capuchinos del siglo XVIII. El 75% del actual territorio nacional fue evangelizado por esos hombres de barba y pardo sayal, que desde 1650 hasta hoy acompañan a los pueblos indígenas en Venezuela.