miércoles, 1 de julio de 2009

en el hogar del Kavanarú II

Pequeña ruta de cada día. Levantada tempranera, baño tonificante, cafecito sabroso, campanadas acompañadas por los cantos de los pájaros, mesa del Carpintero que ha multiplicado sus panes a lo largo de la historia, haciéndose misteriosamente presente en tantos rincones; celebración compartida con las niñas internas, las franciscanas del sagrado corazón y un pequeño grupo de vecinos piadosos; laudes con los hermanos (dos frailes, tres postulantes) y algún seglar franciscano; con frecuencia se nos une Carlitos, el guitarrista de cada día. Luego, el desayuno amoroso obra de Naty, fiel en su familia y en el trabajo cotidiano.
Las Constituciones capuchinas señalan que el mejor instrumento de formación es nuestro cotidiano ritmo de vida. Recuerdo que un amigo wayú llevó a su hermano, con problemas nerviosos, a Caracas, para hacerlo ver por una sicóloga, quien lo empeoró al hacerle abierta oferta sexual en una de las primeras entrevistas (grave falta deontológica). El joven se sanó compartiendo nuestro ritmo cotidiano durante unas semanas.
Después, alguna tarea doméstica y clases. Hoy hemos dialogado sobre el giro copernicano en el itinerario formativo: seis años de formación carismática, con el acento puesto en lo vivencial, sin estudios académicos.
Debo agradecer profundamente al Padre el poder peregrinar a su casa en medio de estos caribes afables, naturalmente franciscanos, decía Mons. Mariano, tercer obispo de este vicariato apostólico del Caroní; prestando servicios de pastor y formador, en una fraternidad capuchina heredera de una tradición de tres siglos y medio de brega en medio de los pueblos originarios de esta dolida Venezuela.