sábado, 1 de agosto de 2009

ayer y hoy

Ayer viernes viajé con los Hermanos Richard y Ernesto; el segundo manejaba; pésimas carreteras venezolanas, mientras que don Regalón malbarata recursos nacionales en dádivas a diversos países. Perdimos un caucho al no poder esquivar, en un puente, una tronera. Fuimos de Machiques a S. Juan de Colón, donde un aviso mal colocado nos enviaba a S. Cristóbal. Otro indicador de la desastrosa gerencia oficial de nuestra dolida patria: la mala señalización.
Richard es tachirense; es el actual vicemaestro de novicios; Ernesto es nuestro viceprovincial, es decir el animador de la Orden en Venezuela; es zuliano, nacido en el pueblo del cual salimos en este viaje. Viajamos a la ordenación del Hermano Wolfan Molina, miembro, como los tres peregrinos del rin doblado, de la Fraternidad de los capuchinos.
En S. Juan de Colón fuimos hospedados en una casa de retiros de la fundación Verbo y Vida, dedicada a promover la evangelización desde la Iglesia fundada por Jesús de Nazaret sobre la Roca de Pedro, cuyo sucesor actual es Benedicto XVI. La casa de retiro, nombrada Betel, según alguien contó, era antes un prostíbulo, cuya madama se convirtió. Una imagen de la Iglesia: prostituta y casta. Puta por nuestros pecados, santa por el Dios Trino y Bueno que ha querido constituirnos en su familia, por el Agua y por el Viento.
Hoy, desde las 6:00 am, buena parte de Colón ha sido testigo de un movimiento que se hizo danza africana en la procesión de ofrendas, en el templo dedicado al Precursor Bautista, ubicado en la plaza Bolívar, poblada de palmeras, en esta ciudad tachirense. Una danza africana interpretada por jóvenes andinas, en la ordenación de Fr. Wolfan, de manos de Mons. Jesús Alfonso Guerrero, obispo merideño del Vicariato del Caroní, en la majestuosa Gran Sabana. Dos pemones, caribes gransabaneros, han venido a la ordenación: Karla y Jorge; ella es animadora del ministerio de música en nuestra parroquia de Ciudad Bolívar; él es adjunto a la jefa de educación en el municipio Gran Sabana. Cuatrocientos feligreses, unos veinte sacerdotes, un templo hecho en tiempo de Juan Vicente Gómez, buenos cantos, mucha emoción, hermosas flores, tradicional olor a incienso, cálida celebración... el pueblo de Dios se alegra porque un joven corazón, haciendo sangrantes renuncias, se consagra a Jesús de Nazaret y su Reino.