domingo, 6 de septiembre de 2009

domingo XXIII del tiempo ordinario

Por distintas razones, en domingos anteriores no hice el comentario al evangelio correspondiente, y este domingo lo hago después de haber celebrado la misa de 7:00 am, en el vetusto convento de La Merced.

Jesús que sana: no sólo dice una buena noticia, sino que se hace buena noticia para los sufrientes que nos encontramos con él. Jesús que sana al tartamudo-sordo. Una ocasión para agradecer los dones corporales que nos ha hecho. Hay en el budismo zen un ejercicio para sintonizar con el cuerpo y con el cosmos: tomar conciencia, en silencio, y lentamente, de lo que veo, oigo, huelo, gusto y siento. Una práctica que ayuda, entre otras cosas, a luchar contra la amenaza tan actual de vivir fragmentados. El sanado escucha y habla sin trabas. La palabra, oída y proclamada, es parte importante de la existencia de un ser humano. El Pobre de Asís, santo y poeta, nos llama a que nuestro hablar sea mirado y cuidado. Este consejo es válido en toda circunstancia, pero Francisco nos lo da al exhortar a los predicadores. Mirar y cuidar la palabra que escuchamos. Oídos sordos a palabras necias... Mirar y cuidar la palabra que decimos: realizar la verdad en el amor. Que nuestra palabra sea honesta. Que nuestra palabra sea amorosa.

Una de las escuelas de sicología es la Logoterapia (terapia del Logos, del Verbo, de la Palabra). Su fundador, Viktor Frankl, pasó por la terrible experiencia de los campos de concentración. Él expresa que las herramientas del sicoanálisis no le servían para enfrentar esa manifestación tan destructiva de lo peor de la Humanidad. Lo normal era que alguien muriera en dichos campos, que nos hablan de la banalización del mal, de la crueldad hecha cotidianidad absurda. Es bueno recordar que esos campos fueron obra de gente de la cultísima Alemania, y fueron cohonestados por personas de vida 'decente'. Viktor Frankl debió replantear sus conocimientos de sicología profunda, como herramienta terapéutica para él mismo y para otros. Su pregunta de fondo es qué hace que hayamos sobrevivido, que hayamos resistido. El responde que toda persona tiene energías muy grandes que despiertan y se encauzan si la persona siente que tiene un sentido (logos), una misión, aún en medio de las pruebas más duras. Al leer sus obras uno no puede menos que evocar a Heráclito, el Obscuro griego, y al Águila (S. Juan), cuyos primeros versículos, en el Evangelio, nos hablan, como Heráclito y Viktor, del Logos. Para nosotros cristianos esa Palabra creadora y redentora, alcanza con su Misericordia al cosmos entero (Ben Sirac 18, 13), también esas realidades tremendas de la Historia y las zonas obscuras de nuestra sique, de nuestras historias domésticas y personales.

Rafael Cadena, famoso poeta venezolano, de palabra sencilla y profunda, desnuda y cargada de silencios, ha recibido premio en la Feria Internacional del Libro, en Guadalajara. Cadena, poeta y ensayista, ha sido, con sus textos, compañero de algunos encuentros con formandos capuchinos. Allí hemos tratado de aprender el amor por la poesía, la conciencia de la propia fragilidad y de la dependencia de todo lo que existe con respecto al Trascendente, que por tal, como expresa Ernesto Cardenal, se hace efímero. En uno de sus ensayos Rafael nos invita también a cuidar la gratuidad, la gratitud y la palabra, tan agredidas en estos tiempos grises y tumultuarios.

En el primer versículo del tercer cántico del Siervo de Yavé, en el texto del Profeta Isaías, el siervo nos dice que Dios le ha dado oído de discípulo y lengua de iniciado. Los cristianos latinoamericanos estamos escuchando la llamada a renovarnos en el encuentro personal con Jesús, Palabra luminosa y cálida del Abba, acompañada por el Soplo profético que viene en ayuda de nuestra debilidad. Misión Continental. Jesús quiere que nos pongamos a sus pies, como María de Betania, para gustar de su presencia y de sus palabras. Jesús quiere que rumiemos su palabra, para que nos limpie, nos sane, nos alimente, nos fortalezca, nos embriague y nos impulse a participar en Su misión. Que también nosotros podamos, en medio de un mundo cargado de malas noticias, ser portadores, con palabras, gestos y acciones, de la Buena noticia del Reino de Dios: que todos tengamos vida y vida abundante (Jn 10, 10).