martes, 21 de julio de 2009

misa, veterinarios e indígenas

Hoy, siguiendo la rutina matutina, celebré la misa de 6:30 am; el Obispo, en sacristía, me indicó que debía nombrar en misa el día de los veterinarios, que suelen venir a esta misa, en su jornada; hacen luego una ofrenda floral al Libertador y organizan también una fiestecita gremial. Antes de salir de casa paterna, compartí con Cheo García las noticias en Globovisión, el dolor de cabeza de Chávez y sus acólitos rojitos: Honduras sigue siendo la nota internacional y, en nuestra dolida patria, destacan los estúpidos intentos del gobierno y sus lacayos para tapar la tragedia de cada fin de semana con un dedo... manchado en sangre.
Después de misa, habiendo saludado a algunos parientes y amigos, contemplaba los periquitos australianos del párroco 'villano', Carlos Bermúdez, mientras esperaba a él o al obispo, para subir a trabajar un poco en la PC de la parroquia, que gentilmente han puesto a mi disposición. Antes de sentarme a escribir reminiscencias, leo y contesto el correo-e y ojeo las páginas-e de El Nacional, Correo del Caroní y Panorama.
Después de más de una hora de escritura, hice una parada y fui a beber un cafecito en la vecina venta de empanadas, donde me regalaron el estimulante, que fuera fuente de riqueza en la Venezuela colonial y ahora dicen que escasea; vamos pa'trás como el cangrejo; fui atendido por un empleado proveniente de Ohio y Miami. Machiques, como todo el orbe, se globaliza.
Tengo la impresión de que, aunque persiste la tensión entre indígenas y hacendados, responsabilidad del gobierno, especialmente de la ministra Nicia (no Necia, como algunos pronuncian), hay ganaderos que tienen un enfoque más objetivo e integral de la cuestión. Si esta percepción es correcta, indígenas y hacendados deben dar una lección al gobierno y al país, dejándose de 'nicedades' agresivas y venciendo prejuicios e ideologías, para llegar a una salida justa. La Constitución y la Ley Orgánica de pueblos indígenas contemplan el objetivo y los medios para hacer justicia a ambas partes, comenzando por el necesario reconocimiento de la inmensa deuda social del Estado, colonial y republicano, con los pueblos indígenas.