sábado, 22 de agosto de 2009

Quito VI

Rutina inicial. Kevin, el sicólogo y acompañante espiritual jesuita, nos ha brindado, desde su ciencia y experiencia, un comentario a la película 'Divinas tentaciones' de E. Norton, en la cual un rabino y un sacerdote católico se enamoran de una amiga común de la adolescencia, que regresa a sus vidas convertida en una exitosa y atractiva ejecutiva. A partir de esos comentarios nos habló del celibato y el voto de castidad: celibato no es represión de la sexualidad, pero exige domar las pasiones, una forma práctica de asumir la cruz en la vida cotidiana. El celibato es entrega generosa a Dios y su Reino, en el servicio amoroso a los demás. Uno aprende a ser célibe en un camino de integración de corporeidad, sexualidad, afectividad y espiritualidad. La soledad es parte de la condición humana; pero en este proyecto de vida hay que prepararse para vivir sin pareja y sin hijos (y nietos). El celibato no nos exime de los enamoramientos, pero podemos aprender a nombrar nuestros sentimientos, a aceptarlos y a dialogarlos con Hermanos veteranos que ya atravesaron por semejantes crisis. Las crisis, bien vividas, son oportunidades para renacer, renovando el discernimiento y la opción vocacional. El celibato exige autoconocimiento y autoaceptación. Un célibe debe ser prudente, cuidando siempre los límites en sus relaciones, especialmente cuando siente atracción o capta que la otra persona se siente atraída.
Si queremos ser buenos formadores y acompañantes espirituales, tenemos que conocer y aceptar nuestra historia de vida, incluyendo la dimensión afectiva y sexual. Para acompañar es muy importante tener serenidad, haber superado actitudes trivializadoras y moralistas, poseer habilidades de comunicación empática y conocimientos teóricos básicos de sicología. En nuestro caso todo eso debe ser vivido en clave espiritual. Jesús es el mejor maestro y acompañante: expresa emociones, se deja afectar, es maduro y libre, corrige, confía, delega tareas, tiene amigos y amigas, sabe hacer silencio y tejer relaciones, es observador y un artista de la compasión y la comunicación, tiene capacidad de sacrificio, está centrado en la relación con el Abba y la causa del Reino, es tierno con niños, mujeres y sufridos, y duro con los rígidos moralistas y legalistas. Es muy importante cultivar la interioridad, el silencio, la oración, la actitud contemplativa. Es necesario tener acompañamiento espiritual frecuente. Sólo un acompañado puede acompañar.
En la formación y en el acompañamiento debemos cuidar la transferencia y la contratransferencia. Transferencia es la proyección que una persona hace sobre otra de situaciones vividas antes, especialmente en la niñez: por ejemplo, si tuvo conflictos con su padre, proyecta eso en relaciones conflictivas con el formador o el superior. Contratransferencia, en el ejemplo, es la reacción automática del formador y del superior, dejándose llevar al conflicto. Formar y acompañar es un arte en que podemos aplicar lo de realizar la verdad en el amor: recibir al otro empáticamente, invitarlo al autoconocimiento y la autoaceptación, ser honesto con él. Para un formador es importante contar con una fraternidad o, al menos, con un equipo de trabajo. Unas herramientas interesantes para el acompañamiento y la formación son los proyectos personales y comunitarios. Es importante que los superiores velen especialmente por los formadores jóvenes e inexpertos, para no quemarlos.
Durante la jornada hubo ponencias de Kevin, reflexión personal, diálogos en grupo y plenarias para hacer preguntas al ponente. Comenzamos el día con el banquete eucarístico y cerraremos con una velada de cantos, chistes, cuentos y brindis.
Agradezco a las personas que han hecho comentarios constructivos en este blog. Anexen, por favor, sus direcciones-e para responderles, según mi tiempo.

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